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¿Choque cultural?

El verano pasado, mi marido y yo decidimos inscribirnos en una de las albercas públicas cercanas a nuestro domicilio. Mi esposo es un nativo canadiense apasionado por los deportes y las hamburguesas y yo, una mexicana amante de las fritangas y las buenas conversaciones.


Desde la primera vez que salí de México, no ha dejado de sorprenderme la diversidad que nos rodea y la increíble gama de lenguas, costumbres y fisonomías que existen. No cabe duda que mi mundo era muy pequeño cuando tenía veintitrés años. Ahora, a mis treinta y tres, viviendo en Canadá, constantemente compruebo mi desconocimiento de las cosas y sigo aprendiendo de quienes me rodean. Reconozco que en ocasiones me provocan escalofríos la incertidumbre y el nerviosismo de enfrentarme a lo nuevo. Lo sé: había vivido en un planeta lejano llamado planeta Yo.


Muy temprano nos levantamos para ir a nadar. El centro comunitario lo abren a las siete de la mañana y está a unos quince minutos de donde vivimos. Desde que llegamos notamos mucho movimiento en los pasillos, pero seguimos nuestra ruta a las regaderas para prepararnos y nadar. Me despedí de mi marido en la entrada, y nos separamos.


Abrí la puerta. Había muchas mujeres –de edad más bien avanzada– que se gritaban unas a otras: algunas recorriendo los vestidores o bañándose, y otras dándose de palmadas fuertemente en el cuerpo para secarse, pero todas, desnudas. Comencé a caminar para buscar un lugar para dejar mis cosas. Conforme avanzaba, sentía las miradas de las mujeres sobre mí. Seguí caminando repitiéndome en mis adentros: «No te ven a ti, ¡no seas paranoica!». Cada paso que daba, me sentía más expuesta. Era como si la desnuda fuera yo y no ellas. Estaba totalmente vulnerable y me sentía indefensa. Escuchaba sus risas y sus gritos, pero obviamente no entendía nada. Una de ellas me hacía una seña, como indicándome el camino. La seguí, pero solo me dirigió a otro cuarto con más mujeres desnudas. Seguramente no pasaron ni cinco minutos, cuando tuve que abandonar el lugar. Estaba demasiado confundida y aturdida. Tuve que esperar a mi marido afuera del edificio, sentada en una banca.


Me tomó un rato analizar lo sucedido y regresar. Una semana, para ser exacta.


La siguiente vez que fui, ya iba preparada psicológicamente para la aventura. A pesar de que todo era nuevo para mí, decidí darle una segunda oportunidad a la experiencia. Definitivamente mis ganas de hacer uso de la alberca, pudieron más que mi pudor.


Vivir en un país multicultural como este, a veces es un gran reto, pero los frutos que se obtienen de mantener una actitud tolerante, respetuosa y abierta al aprendizaje de maneras distintas a las que nos fueron enseñadas, son muy valiosos.


No se trata de olvidarnos de quiénes somos y actuar en contra de nuestros principios o convicciones, sino de afirmarnos frente a los otros aceptándolos con sus diferencias, cultura y formas de ser. Se trata de reflexionar sobre nuestra propia existencia para luego ser capaces de valorar a los demás y aprender de ellos, o en su caso, de las situaciones vergonzosas o difíciles con las que nos llegamos a enfrentar.


 
Fotografía: Beatriz Zarzosa

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