En la época actual y lejos de casa...
Si en todas partes estás, en el agua y en la tierra, en el aire que me encierra y en el incendio voraz; y si a todas partes vas conmigo en el pensamiento, en el soplo de mi aliento y en mi sangre confundida, ¿no serás, Muerte, en mi vida, agua, fuego, polvo y viento?
Décima muerte,
Xavier Villaurrutia
La celebración del Día de Muertos en el México actual, compite un poco con la festividad de origen celta conocida como Halloween, pues las dos tradiciones tienen en común a la muerte.
Halloween se deriva de la expresión inglesa “All Hallows Eve” que significa víspera de todos los santos. Se celebra cada año el 31 de octubre desde su llegada a Estados Unidos en 1840. Se caracteriza por usar máscaras y trajes terroríficos para ahuyentar a los espíritus que regresan en esas fechas. Dichos espíritus regresan en forma maligna provocando miedo, a diferencia de lo que sucede durante el Día de Muertos en el que los que regresan, lo hacen para convivir y disfrutar un momento más con los vivos.
En la celebración del Día de Muertos según la tradición, los dos primeros días de noviembre se celebra la unión del mundo de los muertos con el de los vivos. El primer día corresponde a las almas de los niños (angelitos) y el segundo al de los muertos mayores. Para honrar la visita de las almas de los difuntos, se preparan las ofrendas que entre muchas cosas contienen:
Los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego; la comida predilecta de los difuntos, fotos o nombres; cigarros y el tradicional y rico pan de muerto.
Esta tradición es diversa en su representación y hay tantas versiones de altares como de familias.
En mi caso y desde que vivo en Canadá, un país tan multicultural y donde Halloween es celebrado con cierta importancia, me doy cuenta de que celebrar el Día de Muertos con una ofrenda me ayuda a recordar a mis seres queridos, pero más importante me ayuda a reafirmar mis raíces y mi cultura, y en este sentido como me lo dijo mi papá, el saber de dónde vengo me guía para saber a dónde voy en esta vida.
Como mexicana me siento muy orgullosa de que la UNESCO haya declarado esta colorida festividad como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. También la distingue por ser:
“(…) una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país”
Además en el documento de declaratoria se destaca que:
“Ese encuentro anual entre las personas que la celebran y sus antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad (...)”