Conservando nuestras tradiciones: La muerte también es una fiesta
Cuando le dije a mi familia que me iría a vivir fuera de México, recuerdo mucho que mi papá me dijo que era importante que no olvidara de dónde venía, pues el día que lo olvides, me dijo “tu vida perderá el rumbo”
Llevo viviendo fuera de México casi nueve años y en este tiempo me he dado la oportunidad de recordar las palabras de mi papá en distintas formas. Una de ellas, tal vez debida a la nostalgia de estar lejos de mi tierra, es mantener vivas mis tradiciones. En noviembre mi festividad favorita es el Día de Muertos.
Por razones obvias no puedo ir al cementerio a visitar a mis familiares difuntos y decorar sus tumbas como mi familia lo acostumbra, pero la distancia no me impide recordarlos y celebrarlos con una ofrenda.
Solo una vez perecemos, solo una vez aquí… en la tierra
Netzahualcóyotl, Canto de la huida
Los orígenes
La vida y la muerte son una misma cosa, una dualidad y en el México prehispánico esto era bien entendido, el culto a los muertos era esencial: era parte de la vida misma.
En esta época era común conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. Las festividades se conmemoraban en el noveno mes del calendario solar mexica, iniciando en agosto y celebrándose durante todo el mes. Las festividades eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, conocida como la "Señora de la Muerte" (actualmente relacionada con "La Catrina", personaje de José Guadalupe Posada) y esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la Tierra de los Muertos.
Los antiguos mexicanos creían que el destino del alma del muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida, así por ejemplo El Mictlán estaba destinado a los que morían de muerte natural. Los niños muertos tenían un lugar especial llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol nodriza de cuyas ramas goteaba leche para que se alimentaran.
En el México de la Colonia
Durante la época de la Colonia se vivió un sincretismo entre las creencias católicas y las creencias indígenas, lo que dio como resultado un catolicismo muy propio de México. Es en esta época en que se comenzó a celebrar el Día de los Fieles Difuntos, cuando se veneraban restos de santos europeos y asiáticos recibidos en el Puerto de Veracruz y transportados a diferentes destinos, en ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar –antecesores de nuestras calaveras– y el llamado “pan de muerto”.